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Por Patricia de Obeso

Hace poco una amiga italiana me platicó que para tramitar la ciudadanía mexicana le pedían una carta de no antecedentes penales. Confieso que cada vez que escucho hablar de la susodicha carta, se me revuelve el estómago.
Dejemos de lado la payasada de pedírsela a una extranjera (no hay registro único ante el sistema judicial ni de los mismos mexicanos) y tampoco hagamos caso al hecho de tener que ir a sacarla al penal de Tepepan, el asunto central es que este documento viola derechos, mina oportunidades y no ofrece garantía alguna.
Empezando por lo práctico: si una persona comete un delito, es sentenciado a pagar una pena en la cárcel, y, cuando queda libre, ¿no está la deuda saldada? ¿Por qué, además de vivir un infierno en la cárcel, queda tachado con un sello que le cierra muchas puertas?
Sé que el tema no es fácil. Otra amiga escuchó nuestra conversación e inmediatamente preguntó qué había de los choferes de Uber y Cabify que violan, abusan y hasta asesinan a mujeres. Claro, una preocupación legítima. Por un lado, la capacidad de nuestro sistema de justicia es precaria y no todos los violadores tienen antecedentes penales. Por otro lado, en México hay machismo, violencia de todos los tipos, y se cometen delitos indignantes. Sin embargo, si pensamos que con la cárcel vamos a resolver estos problemas, estamos equivocados. Lejos de ser espacios de reinserción, las cárceles son lugares inhumanos.
Es así como empieza el cuento de nunca acabar, una vez que alguien pisa uno de estos lugares. Al salir, en muchas ocasiones, hasta sus propias familias los desconocen. Gracias a que muchos empleadores piden carta de no antecedentes penales, se extingue la posibilidad de aspirar a un trabajo. Muy pronto la frustración crece y, en la mayoría de los casos, vuelven a delinquir.
¿Será que no tener antecedentes penales garantiza algo en este país? ¿Quién de ustedes le daría chamba a Peña Nieto, Duarte o Medina?
Pero la cárcel dice mucho más de la sociedad que de quiénes están ahí dentro. Es común encontrar comentarios a las notas del periódico cuando hay motines en alguna cárcel: “¡qué bueno!”, “¡que se mueran todos!”, “¡40 criminales menos!”. Estadísticas de la ONU dicen que 3 de cada 4 personas que han cometido un homicidio a nivel mundial no llegaron al cuarto año de primaria.
Brutal. Nos quejamos de la falta de progreso, de que el gobierno hace todo mal (se esmeran, no lo niego), pero como sociedad, fallamos también. En muchos estados hay empresas que se han propuesto contratar a personas que cumplieron una sentencia. Esto brinda esperanza para ellos y para su círculo más cercano. En verdad, darles una segunda oportunidad (o tercera o cuarta) es lo menos que podemos hacer en un país donde manda la corrupción, el clasismo, la discriminación, la falta de educación, el desempleo, y donde no existe un piso parejo para todos y todas.

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