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Por Adriana Muro
Entre revistas, costales y carteras nos aventamos el segundo debate en un nuevo intento de darle nivel a la turbia carrera por la presidencia. Entre los dimes y diretes, me pareció interesante uno de los rounds entre AMLO y León Krauze sobre política de drogas y la propuesta de sustitución de cultivos de amapola para hacer frente a la situación de inseguridad que atraviesa el país.
Para quien se lo perdió o se durmió, Krauze formuló una pregunta en relación a la situación de mortalidad por la adicción de opioides en Estados Unidos y su relación con el aumento de cultivo de amapola y producción de heroína en México. El moderador solicitó una medida concreta para frenar dicha situación. Como primera respuesta, AMLO contestó señalando la necesidad de generar empleos a través de la producción de alimentos, el combate a la corrupción y el presupuesto para generar proyectos productivos para atender a población campesina, principalmente a jóvenes.
Ante dicha respuesta, Krauze cuestionó la estrategia de sustitución de cultivos presentada por AMLO en Guerrero, ya que ésta ha sido un absoluto fracaso en otros países como Afganistán y Colombia, aún y con el apoyo de Estados Unidos. El candidato se defendió argumentando que la manera más humana para combatir la inseguridad y la violencia es combatir la pobreza, recordó que las personas que cultivan están dispuestas a ir a la cárcel con tal de tener comida.
Pero, ¿qué es eso de la sustitución de cultivos? ¿realmente es un fracaso absoluto? ¿parece disco rayado Andrés Manuel cuando habla de combatir a la pobreza y a la corrupción como estrategia de gobierno?
La sustitución de cultivos busca como su nombre lo dice, sustituir cultivos declarados ilícitos (como marihuana, coca o amapola) por cultivos lícitos enmarcados en proyectos productivos. El objetivo es beneficiar a las poblaciones campesinas que en países productores de drogas se han visto obligados a depender económicamente de dicha actividad. Experiencias comparadas hay varias: Afganistán, Bolivia, India, Colombia, Perú, Tailandia, Vietnam entre otras. Ninguno ha sido un modelo perfecto, cada uno cuenta con circunstancias contextuales específicas y sí, ahí tiene un punto AMLO, factores como la corrupción, la inseguridad y la pobreza han sido las causas principales de que los programas de sustitución hayan generado la pérdida de confianza en la población cultivadora y resultados negativos en la implementación de los mismos.
En los casos señalados por Krauze, Afganistán sin duda es el país que peor le ha ido. Las estrategias para enfrentar el “problema de las drogas” por allá ha respondido a un propósito central: debilitar, a toda costa, a las fuerzas talibanes en el país, frenando su principal fuente de financiación. En materia de sustitución de cultivos, estudios académicos atribuyen el fracaso de los programas de sustitución a factores como la relación entre el tráfico de drogas y el poder del Estado, a que las asignaciones de recursos de los programas se han perdido entre los altos niveles de gobierno y al abandono del sector agrícola[1].
Respecto a Colombia el balance a un año y medio de implementación parece no ser muy alentador. Los resultados han sido lentos, los programas se han visto condicionados a factores que debilitan la confianza de quienes están dispuestos voluntariamente a dejar de cultivar coca, especialmente de las y los jóvenes, quienes son mayoría en los acuerdos de sustitución firmados hasta ahora.
Antes de hablar de un “fracaso absoluto”, como señalan los expertos nacionales que le siguen la pista a cómo va la cosa, Colombia enfrenta actualmente muchos retos.[2] Vale la pena ponerles atención a algunos de ellos si andamos pensando el camino de la sustitución:
Primero, la presión del gobierno de Estado Unidos por el aumento de hectáreas de cultivos ha generado una confrontación entre la política de erradicación forzada y el contenido de los Acuerdos de Paz que apuntan al carácter voluntario de la medida. También, está el difícil reencuentro entre comunidades y Estado después de décadas de presencia militar y persecución a la población cultivadora. Para sumarle al nivel de dificultad, está la situación de inseguridad ante la presencia de nuevos actores del crimen organizado, incluidos cárteles mexicanos, que ocupan los vacíos de poder en territorios dejados por las FARC en búsqueda del control de los cultivos.  Nada más en el último año, 31 líderes de sustitución han sido asesinados. A dichas causas se suman otros factores como la necesidad de contar con una reforma rural integral, la falta de planes de respuesta rápida, la desarticulación institucional y la incertidumbre sobre los recursos para la implementación de los programas, entre otros.
Un caso interesante, si AMLO va en serio, y quiere ir más allá del “sustituyamos amapola por maíz y listo”, es el caso de Tailandia.[3] Los que le saben, le aplauden a esta experiencia el reconocimiento del vínculo entre la pobreza y cultivos ilícitos, que ha permitido la incursión en la relación entre desarrollo económico y cultivos ilícitos desarrollado como parte del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social desde 1960. Las tierras altas probaron ser uno de los territorios más afectados por ambos factores y, a su vez, actuaron como foco para la implementación de los planes y programas de sustitución. Los aportes del gobierno tailandés no se han materializado únicamente en auxilios económicos a aquellos que realizan el tránsito a cultivos lícitos sino, también, a través de aportes en materia de desarrollo comercial y productivo, de infraestructura, acceso a servicios básicos de educación y salud, adelantado por parte de las agencias del Estado, de organizaciones internacionales y de organizaciones no gubernamentales.
Parece que AMLO no está tan perdido en repetir día y noche que las causas del aumento de la violencia se relacionan con pobreza, corrupción y desigualdad.  Sin embargo, se le olvida otra causa clave: el prohibicionismo. Los resultados negativos de las experiencias de sustitución se relacionan también con las políticas de tolerancia cero frente a la existencia de cultivos y a la práctica del consumo de drogas. ¿Qué tal si la estrategia busca también sustituir usos? ¿Se podría avanzar por ejemplo en una política nacional de cultivos para usos medicinales de la amapola? ¿Podría sumarse a esta propuesta la legalización del uso recreativo de la marihuana y un reglamento decente para la materialización del uso medicinal de esta planta?
Ojalá que en lo que resta de campaña escuchemos respuestas…


[1]Julien Mercille. The U.S. “War on Drugs” in Afghanistan. Reality or Pretext?. Critical Asian Studies. 2011, Angela María Puentes Marín. El opio de los Talibán y la coca de las FARC. Transformaciones de la relación entre actores armados y narcotráfico en Afganistán y Colombia. pp. 45-46. Ed., Uniandes. (2006), y Jessica Saifee. The War on Opium in Afghanistan. Huffpost. Mayo 5, 2016. http://www.huffingtonpost.com/jessica-saifee/the-war-on-opium-in-afgha_b_9828506.html
[2] Garzón, Juan Carlos y Gélvez Juan David. ¿En qué va la sustitución de cultivos ilícitos? La implementación, los rezagos y las tareas pendientes. Informe 4. Enero-Marzo 2018. Ideas para la Paz. Bogotá, Colombia: http://ideaspaz.org/media/website/FIP_sustitucion_final.pdf y En menos de un año, han asesinado a 31 líderes de sustitución de cultivos. Pacifista, 2 de abril de 2018: http://pacifista.co/en-menos-de-un-ano-han-asesinado-a-31-lideres-de-sustitucion-de-cultivos/
[3] James Windle. Drugs and Drug Policy in Thailand, En Improving Global Drug Policy: Comparative Perspectives and UNGASS. pp. 2. Ed., Brookings. (2016). https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2016/07/WindleThailand-final.pdf y, Vanda Felbab-Brown. What Colombia can learn from Thailand on drug policy. (04 de mayo de 2017). https://www.brookings.edu/blog/order-from-chaos/2017/05/04/what-colombia-can-learn-from-thailand-on-drug-policy/
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