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Su personaje era tan poderoso que hasta yo lo tenía guardado en mi celular como “El  Llanero”, es más, todavía lo tengo, no he querido borrarlo de mis favoritos.
 
Viví con él pocos años y la verdad no me acuerdo, él hizo que mi mamá se viera obligada a poner tierra de por medio para superar la relación tóxica que tenían. Yo, yo lo amaba y siempre lo haré.
 
Un luchador incansable, congruente con sus ideales revolucionarios, necio como él solo y persuasivo hasta decir basta. Sin duda era todo un conquistador, lo era en todos los sentidos: conquistaba a su público, a sus opositores y a muchas mujeres. Ni siquiera recuerdo a cuántas. La mujer a la que realmente amó: su mamá.
 
A mi hermana mayor y a mí nos tocó conocer más al líder revolucionario que al padre, ese que te regañaba por usar tenis de marca extranjera o te llevaba a su departamento sin luz ni agua caliente pero siempre con olor a periódico recién impreso. Los hermanos y hermanas menores conocieron más al padre, al que sacrificaba todo para que fueran a una escuela donde les enseñaran a pensar.
 
En mi infancia y adolescencia sus ausencias fueron largas pero mi mamá, Maru y mi abuela supieron cubrirle las espaldas para que no lo sintiera. Yo siempre lo defendía y lo justificaba pero era un hecho que no era un padre “normal”. A su lado conocí el mundo y me forjé políticamente. Únicamente en tres ocasiones lo vi con pantalón de vestir: mi graduación de secundaria, mi graduación de la universidad y mi boda.

Sin duda fue el Llanero quien me enseñó a pensar distinto, a no permitir la desigualdad y a ser solidaria. “Yo nunca le doy dinero a la gente que pide en la calle”, decía… “yo les doy mi vida, mi día a día para que nunca tengan que volver a pedir dinero”.
 
A sus 71 años hacía mucho más que miles de jóvenes, dormía poco, comía mal y siempre estaba trabajando. Dependía de él mismo, de su talento para mantener a sus hijos e hijas. Era un soñador con todas sus letras. Miles de planes rondaban su cabeza todo el tiempo, varias veces le vieron la cara por confiado pero eso no lo desanimaba ni le hacía dejar de confiar.
 
A sus críticos, es verdad, tenía tintes autoritarios, la mayoría de las veces las cosas se hacían como él quería o no se hacían. Tienen razón, se sentía dueño de una organización colectiva pero también deberían aceptar que en muchas ocasiones fue él quien se la echó al hombro y la sacó adelante.
 
Ha muerto un ser único en todos los sentidos. Yo, me quedo con esa última sonrisa que me regaló un día antes de su muerte.

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