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Por Christian Aurora Mendoza
¿Cómo se las arregla la gente sin casa, sin escuela, sin clínica tras los sismos? ¿Cómo resuelven sus necesidades de alimentación, higiene, salud, educación y cuidado diario en general?
Tantos datos y no logramos entender qué está pasando
A pesar de la importante cantidad de información que circula sobre los impactos de los sismos del 7 y 19 de septiembre, a estas fechas es difícil comprender la magnitud de la tragedia, primero, porque tenemos desconfianza de las fuentes oficiales y porque mucha de esa información es parcial y se presenta descontextualizada, y segundo, porque todavía nos hacen falta muchos marcos de interpretación que nos ayuden a ver lo que no es evidente.
Los datos oficiales arrojan que 699 municipios de 9 entidades federativas han sido declaradas zona de desastre; como siempre, las regiones más pobres llevan la de perder: el 81 % de los municipios del estado de Chiapas y el 49 % de Oaxaca son hoy zona de desastre.
Las pérdidas humanas a consecuencia del sismo del 7 de septiembre se contabilizan en cerca de un ciento y del sismo del 19 en al menos 324; 150 mil viviendas están destruidas y 250 mil personas no tienen lugar donde vivir. Hubo más de 12 mil escuelas dañadas y 577 necesitan ser reconstruidas. Se perdieron el 3% de las camas (944) en hospitales del seguro social, mientras el sector salud informó que al menos 55 hospitales y centros de salud sufrieron afectaciones en su infraestructura.
Las cifras se mueven diariamente, pero ¿qué nos dicen los números?, ¿podemos ver algo detrás de las cantidades?
Los casi 700 gobiernos locales declarados como zona de desastre se han visto rebasados para hacer frente a la emergencia y necesitan recursos de todo tipo para reconstruir viviendas e infraestructura pública. Se trata de comunidades con un alto porcentaje de viviendas destruidas, clínicas, caminos, escuelas e incluso ayuntamientos derrumbados o con fuertes daños. ¿Cómo se las arregla la gente sin casa, sin escuela, sin clínica? ¿Cómo resuelven sus necesidades de alimentación, higiene, salud, educación y cuidado diario en general? ¿Cómo cocinas si perdiste hasta tus ollas o si no tienes acceso a agua salubre? Y ¿cómo te organizas para cocinar si tienes que cuidar todo el día a tu hija porque ya no tiene escuela? Sin duda hay mucho trabajo que se está haciendo desde el mismo día de la tragedia en albergues, campamentos o en casas solidarias para satisfacer las necesidades básicas de miles de personas.
Aunque los municipios puedan acceder a recursos del FONDEN, el proceso de reconstrucción es largo y lento, los recursos por sí mismos no garantizan la reconstrucción, por lo que una importante cantidad de trabajo tendrá que ser puesta por hombres y mujeres para reconstruir sus viviendas y para sostener la vida de los y las integrantes de cientos de miles de hogares.
En otras ocasiones hemos hablado de cómo la ceguera económica no toma en cuenta el trabajo que se realiza principalmente al interior de los hogares para satisfacer las necesidades básicas de sus integrantes. La cuenta satélite del trabajo no remunerado de los hogares de México (2015) señala que el valor de lo producido por estas actividades asciende a 4.4 billones de pesos, o lo que es lo mismo, al 24 % del Producto Interno Bruto (PIB) nacional. Gracias a esa estadística también sabemos que casi el 80% del trabajo doméstico y de cuidados es realizado en su mayoría por las mujeres y niñas dentro de los hogares.
Las experiencias internacionales sobre situación de desastres han enseñado que el nivel de vulnerabilidad de mujeres y niñas después de un desastre aumenta de manera significativa, pues están más expuestas a fenómenos de violencia y al incremento desproporcionado del trabajo doméstico y de cuidados, sobre todo entre quienes tienen a su cargo personas dependientes, se batalla hasta para conseguir el agua para bañarse, limpiar o cocinar.
Y así como los municipios más pobres son los que terminan perdiendo más después de este desastre, es de llamar la atención cómo los efectos de los sismos están profundizando las desigualdades que de por sí ya existían entre las y los mexicanos y que las respuestas emergentes tienen el potencial para profundizarlas o revertirlas.
Y ahora ¿hacia dónde?: Por una respuesta que no profundice desigualdades
De vuelta a las cifras, el gobierno federal ha dicho que el costo de la reconstrucción será de 48 mil millones de pesos y que “los mayores aportantes serán los mexicanos”, en palabras de Enrique Peña Nieto, refiriéndose a las contribuciones de las finanzas públicas vía pago de impuestos. Se equivoca el presidente.
Si bien la respuesta oficial a través de una criticable estrategia de tarjetas con efectivo y créditos blandos nos habla de una transferencia de recursos directa a la población afectada, ha quedado totalmente oculto el trabajo que tienen que poner quienes perdieron sus casas y sus más básicos medios de vida. Al parecer las y los pobres tienen que reconstruir con sus manos sus viviendas y seguramente mucho de su vida comunitaria.
Los 48 mil millones de pesos -o lo que es lo mismo 0.048 billones de pesos-, no reflejan el valor de todo lo que hay detrás, el verdadero trabajo de reconstrucción: levantar escombros, hacer la mezcla, colocar los bloques, o en su caso hacer el adobe, y detrás de ello aún está el trabajo de quién alimenta y cuida a quiénes hacen el trabajo directo de reconstrucción, que en su mayoría son mujeres. Es evidente que tenemos una gran cantidad de trabajo que no se ve y que no pasa por las cuentas nacionales y que también lo va a poner la población. Así que Peña Nieto acierta al decir que los mayores aportantes serán los mexicanos, pero se equivoca al afirmar que será a través de impuestos, será a través de todos sus recursos: tiempo, dinero y trabajo, lo que en cualquier condición implica cierto grado de empobrecimiento.
Si en un año en que no vivimos situación de desastre se calculó el valor del trabajo no remunerado en 4.4 billones de pesos, en los siguientes años debemos esperar un importante incremento en esta cifra, que superará por mucho los .048 billones de pesos en los que el gobierno federal ha calculado el valor de la reconstrucción. Por la experiencia de las encuestas sobre trabajo no remunerado, nosotras vemos que la mayoría de este trabajo será llevado a cabo por mujeres, lo que significa un importante aporte económico a costa de un empobrecimiento de sus recursos de por sí ya desiguales.
Aún hay muchas lagunas sobre cómo se realizará la reconstrucción, lo que dejan ver hasta el momento las iniciativas gubernamentales es que no hay claridad de enfoque ni de proceso, hay tareas que sí están asumiendo las instituciones sin integrar a las poblaciones afectadas, mientras que en otros casos el apoyo oficial se limita a transferir efectivo. Quisiéramos ver que este parteaguas nos interpelara nuestros modos de vida, de relación comunitaria y de vínculo con autoridades, que para la reconstrucción se tomaran en cuenta los riesgos y necesidades relacionados con el género, quisiéramos que la reconstrucción fuera una oportunidad para generar condiciones que en el mediano plazo reviertan las desigualdades, para que en lugar de que vivamos en un país de mujeres sobre explotadas, vivamos en un país que reconozca el trabajo no remunerado de las mujeres y facilite esa redistribución, quisiéramos, quisiéramos…
* Una versión de este texto fue publicada en Animal Político.

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