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Nadie se quiere morir. Nuestra civilización y cultura han hecho de la vida el valor más importante. Tanto, que mas que un medio o una circunstancia, es un fin en si mismo. Vivir. Cuenta la Odisea de Homero, que cuando Aquiles estaba en el Hades, le dijo a Ulises “más querría ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron”. Vivir como propósito último, como finalidad auténtica y única.

El Covid-19 ya se ha cargado a más de 30 mil personas en el mundo. Todas representan dolor para sus familias. Más, si consideramos las circunstancias y la imposibilidad de realizar las ceremonias fúnebres conforme a las tradiciones de cada quien. Es mayor el sufrimiento de la muerte en soledad. Y desde una perspectiva individual, son tragedias personales de enorme trascendencia espiritual.

Y mucho se ha dicho que el planeta se está limpiando y recargando, que es un periodo de reflexión para pensar en nuestro papel en el mundo o para meditar sobre nuestra injerencia desmedida en la naturaleza. Y está bien. Pensemos en eso que nos da solaz, calma y que proyecta sentido individual a la existencia. Son momentos de reflexión filosófica. ¿Para qué estamos aquí? En un soplo el planeta nos puede eliminar y no hay nada que podamos hacer al respecto.

Luego viene nuestro afán de control y el nerviosismo por el futuro impredecible. Las discusiones sobre las prioridades, el debate entre salvar vidas y la economía que, en el fondo, pone en cuestión el sentido de la vida. Y la histeria de las redes sociales, que esas sí están acabando con los nervios de todos.

Un buen e inteligente amigo, reflexionaba sobre el hecho que esta es la primera crisis mundial provocada por las redes sociales ¿será así? ¿Sin el torbellino de la inmediatez de la comunicación, estaríamos en la misma situación? Claro, se respondería que es gracias a esa información que estamos más capacitados como humanidad para enfrentar este reto global. Puede ser, en verdad no lo sé.

Porque siendo honesto, 30 mil personas a escala mundial no son tantos, al contrario. Cosa de comparar los índices de mortandad por causas más añejas y conocidas. Y reitero, eso no disminuye el dolor de las personas que han perdido a alguien querido. Pero ¿qué no se trata de eso vivir? ¿Un juego constante entre el sufrimiento y el amor?

Después están los técnicos, los que saben de todo, que alegan que la crisis derivará irremediablemente de la especulación y la falta de capacidad institucional. Es decir, hay pocas camas para atender las oleadas de infectados. Y ahí todo se derrumbará. Luchemos hermanados en contra de este enemigo invisible, que se inserta en nuestras vidas por debajo de la cama, en las manijas de las puertas, en un saludo afectuoso. Enemigo que atenta en contra de nuestra más arcaica naturaleza: la comunidad. Pero es que se van a morir cientos y miles de personas. Lo más importante es salvar las vidas, cueste lo que cueste, dicen muchos. Salvemos vidas.

Y así estamos encerrados, enclaustrados y con miedo a morir. Tal vez no sea un miedo personal, bajo la idea que creemos que no seremos nosotros mismos silenciados por esta pandemia. Es un miedo colectivo a la vida sin certezas y a la defunción generalizada. A la incapacidad de predecir el tiempo y a la muerte prójima.

Nuestras perspectivas han cambiado, quizás esta generación mute de esencia y sentido. No sabemos, nadie lo sabe, en que acabará este episodio de nuestra historia. Si aprenderemos algo o seguiremos inmersos en el mar de egolatría que domina nuestra época.

Es nuestro instinto de preservación, salvarnos a nosotros mismos. ¿De qué? De la muerte. Podremos sortearla, esquivarla y tal vez extender la vida otro rato más. Pero en el núcleo de la crisis hay algo que no cuadra, ¿salvarnos de morir? Es imposible. Es que son muchos a la vez. Bueno, eso lo hace más evidente, pero no menos irremediable y por ello, menos humano.

Cuidémonos, no salgamos y seamos personas responsables. No hay que contribuir al pánico.  Pero no perdamos perspectiva. Porque hagamos lo que hagamos, en algún momento u otro, con pandemia y sin ella, la muerte algún día se arrimará de muy distintas formas.

Cosa de tener en cuenta que en 2019, en México fueron asesinadas 35,588 personas. Ellos también fueron llorados y también tenían ilusiones por una vida mejor.

 

Foto: Cuartoscuro

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