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AUTOR: CHRISTIAN GRUENBERG

Estamos celebrando el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH): el primer estándar de derechos humanos que debe ser respetado universalmente. La DUDH es la base de un sistema de normas, pactos y procedimientos internacionales para evitar el horror del pasado, explícitamente denunciado en el preámbulo: “Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”.
Se trata de un fascinante sistema vivo que busca adaptarse a los cambios políticos y sociales del mundo. Uno de los ejemplo más paradigmáticos es la transformación del principio de igualdad y no discriminación frente a la demanda de nuevos movimientos sociales, por ejemplo: el movimiento antirracista por los derechos civiles en Estados Unidos, y el movimiento feminista en todo el mundo. Frente a estos nuevos reclamos de justicia social el sistema reaccionó para adaptar el principió de igualdad y no discriminación a nuevos contextos y actores sociales.
En sus orígenes el principio de igualdad y no discriminación fue un concepto ideológicamente liberal, limitado a garantizar y proteger la igualdad de los individuos ante la ley, de manera abstracta y sin tomar el cuenta el contexto político ni las prácticas históricas de discriminación.  Pero la resistencia del racismo y la misoginia estructural en la mayoría de las democracias del mundo obligó al sistema a evolucionar desde  una idea de igualdad formal ante la ley hacia una idea igualdad como no sometimiento.
En la práctica este cambio fue fundamental porque implicó que los Estados abandonen la supuesta neutralidad con respecto a las desigualdades sociales entre grupos, para tomar medidas concretas con el objetivo de asegurar y proteger los derechos humanos de los grupos sociales sometidos a patrones estructurales de discriminación. De esta manera la desigualdad dejó de ser un problema individual y pasó a ser un fenómeno de desigualdad intergrupal.
Pero después de este cambio profundo vino algo completamente nuevo y original, el giro interseccional del feminismo negro y del movimiento LGBTI. Porque la discriminación es un fenómeno intergrupal pero también puede ser intragrupal. Así, denunciando y exponiendo la discriminación interseccional las feministas negras y lesbianas estaban reclamando que eran invisibles tanto para las políticas de igualdad de género que beneficiaban solo a las mujeres blancas heterosexuales, como para las políticas antirracistas que sólo beneficiaban a los varones negros. Este nuevo enfoque interseccional de la discriminación reveló formas de opresión intragrupales que antes eran completamente invisibles, descubriendo que todas las mujeres no son blancas, ni todos los negros son varones.
Así, 70 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos el sistema sigue vivo, adaptativo y mutante, mientras evoluciona desde una noción individualista y formal de igualdad ante la ley hacia una noción colectiva y estructural de igualdad, para poder enfrentar formas inter e intragrupales de discriminación y lograr mayor justicia social para los y las invisibles.

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