Si fueras el Capitán del Titanic y en ti recayera la decisión de elegir a las 200 personas que van a salvarse, del total de 2000 que hay en el barco, ¿cuál sería tu criterio?
Ante las actuales circunstancias, ¿es necesario preguntarnos quién debe morir o a quién preferimos salvar? Planteamientos delicados, porque suponen un juicio sobre el valor de una vida frente a otra. Pero la realidad muchas veces supera la teoría y las buenas intenciones.
Si las estimaciones son correctas, el sistema de salud se verá rebasado en pocos días. Esto significa que las 2446 camas para terapia intensiva y las 9071 para urgencias que hay en el país, estarán completamente ocupadas. Por lo que habrá quien no alcance lugar y muera.
Hace algunos días, el Consejo de Salubridad General publicó la “Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica”. En términos generales, establecía (porque ya lo retiraron de su sitio de internet) un criterio demasiado ambiguo y poco claro, por el cual se buscaba definir una línea general de actuación excepcional, que permitiera darle prioridad a unos pacientes sobre otros.
Como idea central, estos criterios son indispensables. No debe recaer en la discreción del médico tratante o del personal administrativo, quien recibe los tratamientos de medicina crítica. Unos lineamientos claros ayudarán a disipar dudas de actuación, reducir el estrés de los profesionales de la salud y, claro está, garantizar los derechos humanos.
Pero era un mal documento, porque estaba mal redactado, no se establecía con claridad su obligatoriedad y, sobre todo, porque los criterios de triaje (priorización y selección) eran muy ambiguos, al grado de ser discrecionales. Establecía dos principios centrales: salvar la mayor cantidad de vidas y salvar vidas por completarse. Lo que la Guía de Bioética proponía era una selección prioritaria a partir de dos criterios:
1.- Posibilidades de sobrevivencia a corto plazo. Lo que significa, en términos generales, el estado vigente del paciente y sus posibilidades inmediatas de sobrevivir.
2.- Salvar la mayor cantidad de años-vida. Es decir, cuántos años podría vivir el paciente. Para esto último, se tomaban en cuenta dos factores. Uno llamado comorbilidades (enfermedades o padecimientos adicionales) y las condiciones que limitaran la expectativa de vida a un año.
Esos dos criterios (posibilidades de sobrevivencia inmediata y de largo plazo), generaban un puntaje y en función de éste, se evaluaba si el paciente recibiría los cuidados intensivos. Bajo esta lógica, las personas mayores y con antecedentes médicos, tendrían pocas oportunidades dentro del esquema de la guía, porque sus circunstancias serían mal calificadas. Éste último provocó muchas críticas, porque implicaba una preferencia por la persona que no ha transitado por los diferentes estados de desarrollo bio-psico-social humanos (infancia, adolescencia, edad adulta, vejez). Así, a menor edad, mayores posibilidades.
Llegamos al punto de plantearnos cuál sería el criterio adecuado o si es válido hacer diferencias de grado. Porque en el fondo, se trata de maximizar la eficacia del uso y destino de los recursos públicos. Y es correcto suponer que no se pueden hacer distinciones con base en categorías vulnerables. En el caso, condiciones de salud o edad. Y está bien, todas las vidas son igualmente valiosas y el Estado debe hacer todo lo que esté en sus capacidades para garantizar el derecho a la salud y la vida de todos.
Pero, siendo honestos, incluso las propuestas que consideran la implementación de criterios que no distingan ningún factor y se decida únicamente en función del expediente médico, quizás no sean suficientes. Habrán casos de empate o en donde la diferencia sea mínima, ¿ahí no valdría la pena establecer un criterio de elección? ¿Es éticamente válido darle prioridad a un joven de 15 años frente a una persona de 80, si sus circunstancias son relativamente similares?
El punto en todo esto, es que se debe tomar en cuenta que es una situación verdaderamente excepcional y que, de llegar, requerirá tomar decisiones difíciles y éticamente complicadas. Decisiones que no estarán exentas de cuestionamientos y críticas. Todos preferiríamos no estar en esta circunstancia, pero lo estamos. Y quizás lleguemos a un momento de mayor gravedad, en donde se tenga que elegir. No habría que esperar a tomar esa decisión. En la medida que se anticipe, será mejor digerida y procesada por todos e incluso, puede ser corregida para adecuarse a los principios constitucionales.
Al final, somos el Capitán del Titanic. Podemos convencernos que nadie será tomado como un medio para salvar la vida de otro. O desde ahora, tomar las decisiones difíciles y, como en las películas y en la realidad, resolver que los primeros en salvarse serán los niños y niñas.
Fotografía: A.F. Archive