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El machismo es un veneno. Es esa violencia silenciosa que poco a poco manipula, retrae, descalifica, causa miedo, culpa, duda y mucha pero mucha desigualdad. Tristemente en nuestro país, también mata. Pocas cosas tan personales como este tema que nos ubica a todos en algún lugar del espectro que cambia todo el tiempo y nos cuestiona. Es un constructo social arraigado y difícil de matizar. Aunque en el tema hay avances, hoy en día el machismo nos sigue enfrentado y poniendo a las mujeres contra las cuerdas. O nos arriesgamos y soportamos las pérdidas y corajes que luchar contra ello trae (reconocernos como feministas) o lo intentamos tímidamente o de plano nos aguantamos.
El principio básico de que las mujeres valemos igual que los hombres, y por lo tanto tenemos los mismos derechos, no se refuta con nada. Pero en algún momento de la historia esto se rompió (o quizá nunca existió) y las mujeres caímos a un penoso segundo lugar del cual no hemos podemos salir ni con la política pública más refinada.
Pero no nos engañemos, aunque el machismo nos afecta a todas (y nos resta como humanidad), no nos afecta por igual. La desigualdad económica, combinada con la desigualdad de género es un profundo hoyo negro. En los estratos socioeconómicos altos es más fácil darse el lujo de vivir en la ilusión de que los estereotipos de género funcionan. Pero hay otro lugar en donde el machismo afecta de manera diferenciada, al final de la escala social, donde la desigualdad es más cruel.
Por mencionar algunos datos, según el informe “Desigualdades” de El Colegio de México, las mujeres que nacen en los estratos menos favorecidos solo logran ascender a otro en el 55% de los casos, en comparación con el 75% de los hombres. El mismo informe señala que las mujeres destinan en promedio 39 horas de la semana al trabajo no remunerado en el hogar, mientras que los hombres lo hacen por menos de 12. A ese dato sumemos que el 95% de las personas que se dedican al trabajo doméstico remunerado son mujeres.
El sistema penitenciario es otro reflejo de las trampas de las desigualdades. Las mujeres encarceladas, suelen ser pobres y de niveles educativos bajos, señala el informe 51% Una agenda para la igualdad de GIRE, el ILSB y Equis Justicia. Muchas de ellas fueron marcadas por la violencia sexual, al igual que 12 millones de mujeres (tan solo tomando los datos de 2016). Pero las mujeres en prisión son socialmente estigmatizadas y castigadas con mayor fuerza que los hombres. Sus familias las dejan de visitar cuando son privadas de su libertad.
Tal vez la combinación entre la desigualdad de ingresos y la de género presupone juicios, como el que algunas mujeres sufren más que otras, ¿cómo saberlo? La diferencia está en las oportunidades que son meramente cuestión de suerte, por lo tanto, una forma de solidaridad es la conciencia de que a mayores privilegios, mayor la exigencia de considerar estas realidades y hacer algo por cambiarlas.
Apretar el paso hacia los cambios culturales y sobretodo corregir los problemas que niegan la igualdad requiere de medidas efectivas y diferenciadas. Mientras tanto, como dice Savater “reconocer a alguien como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle desde adentro, de adoptar por un momento su punto de vista. A fin de cuentas, cuando hablamos con alguien lo que hacemos es establecer un terreno en el que quien ahora es <<yo>>  sabe que se convertirá en <<tú>> y viceversa.”

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