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El Segundo diálogo por la paz, la verdad y la justicia, donde representantes del gobierno electo se encontraron con víctimas de los crímenes más atroces, nos dejó sin voz, sin lágrimas y -tal vez- hasta sin esperanza. Las intervenciones de madres y padres de víctimas durante este diálogo nos sacudió incluso más allá de la impotencia, nos dejó sin aliento y sin latido, sus voces siguen retumbando en nuestras entrañas. Y yo no llego más allá de preguntarme: ¿qué hacemos con el país y qué hacemos con la rabia?

¿Qué hacemos con el país?

Para muestra, las notas de la última semana: Un tráiler lleno de cadáveres andando sin rumbo por las carreteras de Jalisco, la localización sin fin de fosas clandestinas en Veracruz, balaceras y asesinatos en Garibaldi (Ciudad de México), Culiacán y Guanajuato. 240 mil personas asesinadas, 37 mil desaparecidas es el México de hoy. Desde hace mucho nos persigue la urgencia de repensar todo de nuevo.
Hace varios sexenios que hemos permitido la instauración de “políticas parches” que encapsulan y aíslan problemáticas de fenómenos profundos y estructurales.
Desde décadas atrás, y esto está muy estudiado, el país se insertó en la dinámica económica de comercio internacional –y ahora de especulación financiera-, pero sin políticas de bienestar social, ni de generación de comunidad y todo ello profundizó la precarización de la vida en el mundo del trabajo, la salud, la educación. Incluso sabemos cómo tuvo efectos en el crecimiento de las ciudades y en la segregación y desigualdad dentro de estos espacios urbanos. En esta misma línea se explica una relación directa entre estos fenómenos con la aparición y aumento de un sin número de violencias. Caso emblemático: Ciudad Juárez.
Ya he escrito en otras ocasiones sobre la demanda feminista de distribuir de manera más equitativa los trabajos de cuidados hacia personas que prioritariamente los requieren (niños, niñas, personas adultas mayores). La evidencia histórica demuestra que estas actividades recaen primordialmente sobre las mujeres y que esto representa una de las causas fundamentales de la desigualdad de género.
Pero esta vez quiero hacer notar que si bien vivimos en una sociedad que tiene arreglos de cuidado injustos particularmente hacia las mujeres –y más hacia las mujeres pobres- también son precarios para quienes los reciben; ¿a dónde voy con esto?
En medio de tanto dolor y tanta rabia no podemos dejar de ver que hay generaciones completas que en este contexto han nacido y crecido descuidadas, sin que hayamos dimensionado lo suficiente las afectaciones a nuestra convivencia social. Abundan las historias: una niña que después de ir a la escuela se mueve por tres casas, con personas diferentes, antes de que su mamá pase por ella a la una de la mañana tras terminar su turno en la maquila en la zona industrial de Guadalajara; un niño huérfano que vive con su abuela y abuelo porque la madre fue víctima de un feminicidio en Torreón, Coahuila, un niño que vio a su padre asesinado, su madre está desaparecida y vive con un tío con adicción a distintas drogas en Ciudad Juárez.

¿Qué hacemos con la rabia?

Obligar a reconocer lo que sucede. La inacción del Estado para propiciar condiciones de cuidado para niños, niñas y cualquiera que lo necesite debe ser señalada y desnormalizada. Canalizar nuestro enojo en forma de solidaridad y cuidado por las y los demás puede ser determinante. Una política de cuidados debiera ser parte de cualquier política que pretenda combatir de raíz las desigualdades sociales. El cuidado precario en los primeros años de vida es sólo el ejemplo más evidente de que en México hay ciudadanía de primera y de cuarta. Las autoridades tienen la responsabilidad de actuar para erradicar esta absurda realidad y con ello atacar en el largo plazo uno de los factores que alimentan las violencias que nos carcomen.
Un proyecto transformador de país debería sentar las bases e invitarnos a construir una sociedad más justa, igualitaria y cuidadora. Los programas nacionales de combate a la desigualdad como el de empleo a las juventudes y de dignificación de la edad adulta mayor no deben estar al margen de estos objetivos, por el contrario, deben de preguntarse cómo contribuyen a ellos.
Si en realidad pensamos en un proyecto transformador que recupere el país, dadas las condiciones que vivimos, el gobierno entrante requiere una reingeniería institucional. Preguntarnos por el país, es preguntarnos cómo erradicar el abandono y la ciudadanía de cuarta y convertirnos en un país cuidador sin pasar sobre los derechos de nadie. Exigir que suceda, puede ser una forma de procesar nuestra rabia.

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