Por Claudia García.
Una vez más la Avenida Juárez está bloqueada, pero no por los padres y las madres de los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, ni la marea verde ni las madres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos o los que exigen justicia por los defensores del territorio asesinados. En este país, el de más de cien mil desaparecidos, a veces se me olvida que no todas las manifestaciones son por descontento, también salen a las calles quienes celebran lo votado y el primero de octubre de 2024 quienes se manifiestan son un grupo de hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños vestidos de guinda y blanco, traen consigo peluches del ex-presidente y algunos mensajes de apoyo para la primera presidenta de México.
Camino entre quienes no pudieron –o no quisieron– llegar al Zócalo y ya se van. Escucho que el camión Izcalli 123 con destino a Atlanta primera sección, se estacionó atrás del Monumento a la Revolución, una voz indistinta grita “una foto y al autobús”, mientras todos acomodan sus pancartas y se ponen su mejor sonrisa. Desorientada, pienso que el Zócalo está llenísimo, que como en 2018, se abarrotó.
Con las memorias, mi pluma y una libreta, comienzo a buscar a las personas jóvenes, o a quienes yo considero lo son. Pienso que alguno de los 26 millones de jóvenes de entre 18 y 29 años de edad que conforman el padrón electoral debe de andar por ahí. Doy con un par que lleva cargando una bandera guinda con el logo del Poli.
Josuan tiene 18 años, las elecciones del 2024 fueron las primeras de su vida y decidió anular su voto. Le preguntó por qué y titubea, “fue la presión, ya sabía que iba a ganar Claudia”, contesta. Él está ahí porque cree que este es un momento histórico, le da miedo perdérselo. Habla de cómo sus padres obvio votaron por Claudia y me cuenta que confía un poco en ella porque es mujer y “eso está chido”.
Continuo mi caminata mientras busco miradas cómplices que me devuelvan unos ojos de “sí pregúntame”, pero sólo veo a jóvenes aprovechando el día de asueto y la toma de protesta interfiriendo en su disfrute. Al llegar a la calle de Madero muchas personas están yendo y viniendo, no se quedan quietas, pero tampoco permiten la salida. Conforme voy avanzando la calle se achica y de pronto me encuentro entre una multitud frente a un gran televisor.
La ceremonia ha comenzado con la entrega del bastón de mando. Una práctica ritual que se remonta a la época prehispánica y simboliza la máxima autoridad espiritual y política, así como la confianza y la gratitud. Aunque ahora pareciera ser una práctica homogénea entre los 71 pueblos indígenas de México, son los pueblos chichimecas y otomíes quienes más lo utilizan dentro de sus comunidades.
En esta multitud veo miradas confusas, unas atentas y otras distantes. Logro salir por la calle de Simón Bolívar sólo para darme cuenta que el Centro Histórico no está abarrotado, tal multitud no existe. Mientras camino hacia la plancha, observo a algunas adultas mayores cargando carteles con la leyenda Hasta siempre presidente.
Avanzo y los tamborazos de una batucada no me permiten escuchar el vitoreo al ritmo de presidentA, presidentA. Es una lástima, porque esta tarde lo escucharé a lo mucho dos veces más. Por fín llego y contemplo el centro de la ciudad de los palacios no vacío, pero no lleno. Hace casi seis años no se podía ni caminar.
En el andar, me encuentro a Carol de 27 años, es chintolola, trae una blusa con mangas, un chaleco negro y porta una banda presidencial de cartón que dice “Llegamos todas”. La imagen me conmueve y platicamos, le pregunto sobre sus expectativas y sólo responde “esperemos que cumpla [Claudia] todo lo que dice, ojalá sea como López Obrador” curiosa pregunto por qué y rápido interviene: “Ayudó a los que más lo necesitaban y le quitó a quienes más tenían”. Terminamos nuestra plática mientras Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México, habla de su promesa 63/100. “Garantizaremos la seguridad social a los jornaleros agrícolas”, un compromiso importante si consideramos que los jornaleros agrícolas en México viven en condiciones de hacinamiento y explotación.
Retomo mi camino y cruzo la plancha del Zócalo, pero mi pensamiento permanece en el deseo compartido de Josuan y Carol, esperar que Claudia haga lo mejor. Esperar en el diccionario tiene dos significados principales: “tener esperanza de conseguir lo que se desea”, “creer que ha de suceder algo, especialmente si es favorable”. Josuan y Carol, como yo hace seis años, no tienen la certeza de que la primera presidenta de México cumplirá el centenar de compromisos arrojados al Zócalo y los otros centenares dichos en campaña, pero no hace falta. Ellos están ahí en ánimo de esperar y yo me pregunto si entre los 35 millones de votos hay más certezas que actos de fe.
Entro al metro, me pongo mis audífonos y al llegar la noche pienso en el compromiso 100 de Claudia, el que más me conflictúa, “en nuestro país no hay estado de excepción, no hay violaciones a los derechos humanos, lo que hay ahora es con la 4T más democracia, más libertades y un verdadero Estado de derecho”. Decido poner mis energías en Twitter y en mi timeline aparece la noticia El ejército mexicano mata a seis migrantes de un grupo de asiáticos, africanos y latinos en Chiapas.