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Por Carla Garduño Oceguera.

Ocho de marzo: Día internacional de la mujer. Veintiocho de septiembre: Día de acción global por el aborto legal, seguro y accesible. Dos de octubre: Conmemoración de la matanza de Tlatelolco. Todas estas son fechas en las que, junto con grandes contingentes, he marchado por el paseo de la Reforma, continuado por avenida Francisco I. Madero y finalizado en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México. ¿El ánimo? Enojo, indignación y en espera de un cambio. Primero de diciembre de dos mil dieciocho: Día de la transmisión del Poder Ejecutivo Federal, toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador —después del dos mil seis y del dos mil doce— y el inicio de la Cuarta Transformación. Un día de fiesta inundado de optimismo. Primero de octubre del dos mil veinticuatro: Día de la transmisión del Poder Ejecutivo Federal, toma de protesta de Claudia Sheinbaum Pardo, la primera presidenta en la Historia de México.  

No es la atmósfera que tenía en mente cuando imaginaba cómo sería este día histórico. ¿O sólo seré yo? Parece que me dan la razón las vallas metálicas colocadas para proteger los edificios y monumentos. Estas murallas efímeras están cubiertas de pintas hechas durante la marcha en conmemoración de los diez años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, cuyos padres no han obtenido respuesta –otra promesa rota durante de este sexenio–, y consignas feministas pintadas en la marcha del 28 de septiembre en las que se lee la indignación por el número de feminicidios, la impunidad y la criminalización de la protesta. Poco queda de la algarabía que inundó las calles hace cinco años y once meses; los reclamos se suman.  

En la Alameda Central se reúnen varias personas. Veo algunas sonrisas, pero más caras de cansancio. Supongo que más adelante encontraré una multitud eufórica. Camino sobre Madero, pero, salvo un conato de festejo y aglomeraciones que más adelante se dispersan, no parece haber indicio del jolgorio que esperaba. ¿O sólo seré yo? Llego al Zócalo y noto que no se trata únicamente de mi ánimo opacando la fotografía, como pasa en los días contaminados de la ciudad. El paisaje está atiborrado de banderas blancas en las que se leen siglas sindicales, nombres de funcionarios públicos, números de sector y demás identificadores de grupos que han bajado de los camiones que rodean el primer cuadro del centro de la ciudad. Las caras que observo están enmarcadas por el cansancio y la indiferencia, hay una gran cantidad de personas sentadas, viendo hacia el lado contrario del templete en donde la presidenta lee los “Cien pasos para la transformación”.  

Sin embargo, me aferro y busco algún gesto del ánimo que esperaba encontrar el día de hoy. Frente al asta veo a una mujer posando con una bandera tricolor y con una gran sonrisa en la cara. Se llama Berenice, se dice apartidista y lo primero que me comenta, con una urgencia aclaratoria, es que está aquí por convicción propia. Ella es de Tlalpan y no estuvo satisfecha con los resultados que la ahora presidenta entregó al final de su gestión en 2017 como alcaldesa ni está de acuerdo con el gobierno que acaba de terminar, pues le ha afectado en su vida laboral, pero Berenice de todas formas vino a celebrar que una mujer va a dirigir el país. No sabe si esto significará un cambio, pero tiene fe. ¿Cómo no tenerla ante este hecho histórico que hasta ahora no había sido otra cosa que una fantasía para todas las mujeres del país? Me proyecto en sus palabras. ¿Para qué vine si no sentía ganas de estar aquí? Tal vez para, a modo de azar, tener algo en qué creer. 

Más cerca del templete que da la espalda a Palacio Nacional y en donde continúa hablando la presidenta, una pareja le toma una foto a un peluche de AMLO. Ella prefiere no decir su nombre, él se llama Sergio y me dice que decidieron venir “porque hoy inicia el relevo de seis buenos años de gobierno, cuyo mayor logro ha sido devolver la esperanza a los mexicanos”. Ella espera que Sheinbaum dé continuidad al proyecto de AMLO pues, a diferencia de Berenice, desde 2018 a ella le ha ido mejor en el trabajo. Cuando me estoy alejando, Sergio me llama, había olvidado decirme algo más. Sí hay una ruptura que espera durante el gobierno de Claudia: “los pactos tecnócratas con el sector inmobiliario”, pues en Tacubaya, en donde ellos viven, las inmobiliarias se han apoderado del espacio, mientras los vecinos han sido afectados. Ella no parece estar contenta con las quejas de Sergio, ya no sonríe. Espero no haber causado problemas entre la pareja con mi curiosidad pesimista.  

Cerca de ahí, de pie, un hombre joven escucha el discurso con atención, sus ojos sonríen. Su vestimenta es particular: camisa blanca, pantalón de vestir y abrigo, una banda tricolor cruza su pecho. En la mano derecha sostiene un sombrero de paja y en la izquierda una máscara de AMLO. Se llama René, tiene 25 años y viene con unos amigos desde Ciudad Valles, San Luis Potosí. También estuvieron aquí el 15 de septiembre: Celebración del Grito de Independencia. Animado, René me comenta que hizo un gran esfuerzo y “rompió el cochinito” para poder venir. No podía perderse un evento histórico: “por primera vez en doscientos años una mujer es presidenta de los Estados Unidos Mexicanos”. Además, era la oportunidad única de despedir al presidente, “un hombre que los jóvenes admiran y respetan como líder, como ser humano y como dirigente”, pues “durante años luchó y se comprometió con el pueblo de México combatiendo la corrupción”. René confía en que la presidenta Claudia tiene toda la preparación “para construir el segundo piso de la Cuarta Transformación” y cree que “estamos del lado correcto de la Historia”. No creo que esas palabras sean suyas, parecen una actuación que acompaña a su disfraz. El discurso oficial que se ha repetido hasta convertirse en una caricatura: una máscara.  Al costado, veo al grupo de amigos de René y pienso que, como yo, ellos también querían una fiesta. No sé si sólo para celebrar a la presidenta, o como pretexto para hacer algo diferente en este día feriado. 

En los altavoces se escucha el paso para la transformación número noventa y nueve. La plancha comienza a vaciarse, las banderas que identifican a los grandes grupos se mueven. Entre el ajetreo, una mujer de pelo cano está sentada sobre un banco de plástico. Con cara de orgullo ve hacia la pantalla, sostiene una hoja tamaño carta en donde se lee “¡Llegamos todas!”. Su nombre es Edith, quien dice formar parte de un movimiento que durante décadas buscó un cambio para el país, el cual se materializó con la llegada de una mujer a la presidencia. Ella espera que haya continuidad con el gobierno de López Obrador y que la Doctora Sheinbaum tenga mayor sensibilidad con la situación de las mujeres. Sus palabras están llenas de convicción y su mirada irradia optimismo. Quisiera contagiarme, aunque sea un poco, con su emoción.  

Suena el paso cien para la transformación, la presidenta entra a Palacio Nacional y todos caminamos para salir del primer cuadro del Centro Histórico. Sigo sin saber qué hago aquí. A decir verdad, vine buscando algo que no creía encontrar. Las conversaciones de hoy me dejaron la sensación de que los próximos seis años serán movilizados por una clase de inercia, la fe en que las promesas esta vez se cumplirán. Yo también tengo una esperanza: que en estos seis años se desmientan mi incredulidad y pesimismo. ¿Por qué? No sé. Tal vez porque una parte de mí quisiera un día recordar esta fecha como el día que por primera vez llegó una mujer a la presidencia sin pensar en todas las promesas no cumplidas por el hombre que vino antes que ella. Sin que sea un salto de fe, sino de convicción, quisiera que el primero de octubre del 2024 quedara marcado en la Historia como algo tan solemne como las fechas que nos dieron patria. 

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