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La evolución de las especies a través de la selección natural, nos ha llevado a desconocer nuestros límites.
La serie documental “Cosmos” de Carl Sagan, transmitida por primera vez a inicios de la década del ochenta, además de fascinante, señala que la presencia del hombre en la historia del universo corresponde a una milésima de segundo del tiempo sideral y que nuestra inteligencia y desarrollo nos han llevado a concluir, junto con Sócrates, que sólo sabemos que no sabemos nada.
Se tienen teorías sobre el origen del universo, la creación del planeta tierra y de la vida. Se cuenta con un sistema de cuenta como la velocidad de la luz, para medir distancias casi infinitas para la razón humana. Gracias a la tecnología (y a la evolución de nuestra especie) sabemos que existen miles de millones de galaxias, en donde existen miles de millones de estrellas como nuestro sol.
Aun así, con todo ese conocimiento, los seres humanos no hemos sido capaces de navegar el universo; sólo asomarnos para saber que lo desconocemos y especular sobre sus confines. Hace 50 años, el 20 de julio de 1969, la humanidad por primera experimentó la sensación de estar en un cuerpo celeste distinto al nuestro: la luna. Como embajadores de la tierra Armstrong y Aldrin. Collins, el tercer astronauta, se quedó para pilotear la nave, supongo que con algo de frustración.
En una de las transmisiones se escuchó la canción de Los Beatles “All you need is Love” y terminaba la Guerra del Futbol entre Honduras y El Salvador. Y nos seguimos asomando al universo. Hemos logrado enviar naves exploratorias a Marte, para tomarle la medida al planeta-desierto y nada más. No hemos logrado como especie, dentro del universo, ir más allá. Sólo por el prisma del telescopio y gracias a teorías de la física, podemos intuir los misterios del espacio.
El último hombre en la luna fue Eugene Cernan, en diciembre de 1972. Este viaje no tuvo nada de especial ni particular, salvo por el hecho que el astronauta le dedicó la luna a su hija. Escribió sobre una roca las iniciales T.D.C.: Tracy Dawn Cernan. Así que el poeta más enamorado de todos los tiempos, pierde frente al astronauta-científico, este si dedicó la luna a la mujer de sus aprecios. Ese viaje fue el último a la luna. Sólo tres años después del primer alunizaje, las misiones a la luna fueron suspendidas. Entiendo que por su inutilidad, es decir, la luna no nos proporcionaría nada material a los humanos.
Después de la aventura lunar, la humanidad permaneció igual; como igual permaneció cuando se conquistó la cima del Everest o se descubrieron las fronteras del mar profundo. Y sin embargo, es un acto que nos define. Atestiguamos que el hombre es capaz de ir más allá de sus fronteras mentales, como lo hicieron Magallanes, Marco Polo, Américo Vespucio, Colón y muchos otros. También nos demuestra, cuando menos por el momento, que como especie estamos atrapados en este planeta y que navegar por el cosmos abierto e interminable, es imposible.
El viaje a la luna es un buen reflejo de la humanidad. Limitados en lo material, en nuestro cuerpo y en nuestra física, pero casi infinitos en la mente. El universo es tan grande como queramos que sea, como grande sea nuestra imaginación. Y si el universo es infinito, es gracias a que el hombre, en su mente, ha podido desarrollar la capacidad para entender su incomprensión y su misterio. El viaje a la luna, nos refrenda que como especie: solo sabemos que no sabemos nada. Y en ese desconocimiento, la única certeza es impulsar los límites de lo imposible, para hacerlos realidad.
 

Gene Cernan junto a su hija Teresa
 
*Este artículo fue adaptado para Antifaz, su versión original se publicó en la Silla Rota, en julio de 2014.
** Fotografías: NASA

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