Por Gonzalo Sánchez de Tagle
En México estamos enmarañados en un cúmulo de sentimientos y reacciones confusas. Todo se mezcla en una misma vasija. El tiempo nos ha alcanzado y no sabemos cómo responder. Cada evento, nos da la pauta y su propia narrativa; somos culpables y víctimas de nosotros mismos. Nuestras tragedias colectivas y personales corren paralelas. El futuro de México es nuestra elección. Podemos elegir dejarnos llevar por la perplejidad, la indiferencia, el desprecio, la indignación o la esperanza.
Estamos perplejos, ya no sabemos hacia dónde mirar. La brújula del sentido común ha quedado atrás. Los eventos nos rebasan y los dramas semanales, se suceden unos a otros, sin que tengamos la capacidad para procesar su sentido, sus causas y consecuencias. La incertidumbre de los eventos cotidianos nos deja pasmados y confusos, como niños ante un evento inesperado. Nuestra primera respuesta es un asombro que duda, que paraliza, porque el futuro es indefinido, impredecible. La violencia, el crimen y la corrupción nos inmoviliza.
Somos también indiferentes. Una inconsciencia definida nos hace irrelevantes al presente. Reposamos en los resquicios de la comodidad, siempre que el entrono propio sea apacible o medianamente controlado. La iniciativa será del otro. La identidad de nuestra generación es la indiferencia. Hemos perdido la capacidad para asombrarnos ante las tragedias comunes. El contexto se hunde, se incendia, pero siempre que no se inunde el cuartel personal, todo estará bien. Es una inconsciencia del otro, del prójimo y de la colectividad. La individualidad desdibujada en el conjunto. Es la etapa adolescente, que carece de todo y no pide nada, solo un sillón donde echarse a ver la televisión.
Probablemente lo que más nos indigne es la impunidad. La carta abierta que hay en México para ser delincuente y sonreír a media calle.
Después, nos viene el desprecio, que tiene un grado mayor de conciencia. Es un sentimiento inerte, silencioso, que repudia al de enfrente. Es un rechazo por la historia que no ha cumplido y el progreso pretendido. Es un desdén total por el político y los partidos que prometen solo en campaña electoral. El desprecio no actúa, es omiso por naturaleza. Pero en él, vive un pensamiento de desaire. Este es el estado que la gran mayoría de mexicanos siente por la clase política: desprecio. Por ver a un grupo de personas que se benefician a costa de la gran mayoría de ciudadanos. Que miran el servicio público, como una agenda personal. Es el joven que cae en cuenta que hay responsables por el estado del presente en que vivimos.
La indignación es un sentimiento poderoso, que lleva a la acción, que reacciona ante las injusticias y las violaciones cotidianas. Sentimos indignación por la violencia, por los asesinatos, por la corrupción, el abuso sexual, el tráfico de menores, el narcotráfico y el crimen organizado, que se ha apropiado del país, la tortura, las desapariciones forzadas, el robo, el secuestro y mucho más. Es la empatía profunda con el sufrimiento ajeno. Además de todo esto, probablemente lo que más nos indigne es la impunidad. La carta abierta que hay en México para ser delincuente y sonreír a media calle. Quizás, la mayor indignación de todas, sea que los primeros criminales, son aquellos que están para ver por el interés de todos, nuestros representantes y su flamante incapacidad. Es esa certeza de que quienes están para para servir, solo se sirven a sí mismos. Este es el joven que sabe que su futuro puede ser diferente, el que se responsabiliza de sí mismo y de su colectividad.
Finalmente está la esperanza, que es la del viejo, pero también la del niño. Un anhelo de una vida diferente, de un futuro mejor. Pero la esperanza no es acción, quien lo hace es la indignación que actúa en nombre de otro tiempo; del pasado que le legaron y del futuro que heredará.
En México atravesamos cotidianamente por todos estos sentimientos, por esta vorágine de sensaciones, ideas, discusiones y desencuentros. En nuestra vida se conjugan paralelas la sorpresa del niño, la insensibilidad del adolescente, el repudio y la rabia del joven, y también, la esperanza del viejo. De todos, hay que elegir ser el joven indignado, con la esperanza del anciano, con el niño en sus brazos. Uno por su sabiduría, otro por la expectativa de lo desconocido y el tercero, porque es el único que puede hacer algo por el futuro de ese niño. Con todas las circunstancias que nos rodean, depende de cada quien, elegir quien quiere ser.
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