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Por Gonzalo Sánchez de Tagle
A contracorriente, le ofrezco un aplauso a López Obrador. Es el único, de aquellos que en estos tiempos se hacen escuchar, que propone algo diferente para conseguir la paz. No estoy de acuerdo con lo que dijo, de hecho, con casi nada de lo que dice, pero es un paso fundamental que un (pre) candidato a la presidencia ponga sobre la mesa alternativas distintas para conseguir estabilidad social en el país. Y es preocupante, sin duda, que un tema tan complejo y delicado no se pueda siquiera mencionar, porque la dictadura de la opinión única se indigna e inmola.
Todo en su debido contexto. En una visita al Estado de Guerrero, López Obrador dijo “vamos a hacer todo lo que se pueda, para que logremos la paz en el país. Que no haya violencia”, siguió diciendo, “vamos a convocar a un diálogo para que se otorgue amnistía, siempre y cuando se cuente con el apoyo de las víctimas. No descartamos el perdón”. Y de ahí la crucifixión en redes sociales.
Es difícil no alarmarse ante esta propuesta. Primero, por supuesto, vienen las víctimas de los delitos cometidos por la delincuencia organizada y su derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación integral del daño. Después, viene nuestro maltrecho y desvencijado estado de derecho que con una salida de esa naturaleza, pondría a criminales por encima de la ley y la justicia. Con qué justificación ética, de darse la amnistía, podría el entramado estatal pedirnos a los ciudadanos cumplir con nuestros deberes y obligaciones, después de perdonar a criminales.
Quizás refleja un desconocimiento profundo por parte de López Obrador de la historia reciente, de derecho constitucional e internacional y, sobre todo, de aquello que se llama justicia transicional; lo que preocupa, ante las posibilidades de que llegue a la presidencia. ¿A quiénes se daría la amnistía, bajo qué criterios y en qué temporalidad? Sin duda es una propuesta insensata. Pero es una idea que pone el acento en debatir y discutir sobre cómo llegaremos a la paz en nuestra sociedad.
Nada más relevante ahora que preguntarnos sobre la forma en que buscamos conseguir la paz. La discusión y debate sobre el perdón y la justicia es añejo en nuestra región. Aun cuando son casos diferentes, por el contexto histórico y social, se dio en Argentina, El Salvador, Nicaragua, Uruguay, Chile y recientemente en Colombia. También se ha dado en Grecia y Portugal y recientemente hay un movimiento que busca hacerlo en España y en muchos otros lugares. Sin duda se trata de casos diferentes, que pasan por el tamiz de dictaduras y guerrillas ideológicas, cuyo énfasis es otro. Estos casos atravesaron por comisiones de verdad, justicia doméstica e internacional, sobre la base de responsabilidad penal individual.
No se trata de elegir entre el perdón y la justicia. Muchos de los casos en los países referidos han logrado hacer ambas. Reconciliar su sociedad y encarcelar a muchos de los responsables por crímenes cometidos durante sus conflictos políticos y militares. De hecho, uno de los condicionantes de la reconciliación o perdón es, precisamente, la justicia. Incluso hay casos en los que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha declarado contraria a los derechos humanos las leyes de amnistía, como en el caso de Uruguay. De ahí que la propuesta de López Obrador sea equivocada. Sobre todo, porque el caso mexicano no se parece a ningún otro y quienes están en frente son criminales y también militares y presidentes.
Pero igualmente delicado y preocupante es que como sociedad civil no tengamos la capacidad de discutir un tema tan sensible y delicado como el perdón o la reconciliación. Tal vez con mucha mayor profundidad que lo dicho por López Obrador, pero en algún momento tendremos que abordar ese tema, si queremos superar el trauma de la estrategia de fusiles y sangre en que nos tienen comprometidos a los mexicanos.  Debatirlo con seriedad y formalidad, en tanto que se trata de nuestra seguridad, nuestra paz y nuestro futuro.
Claro que el emisor del mensaje genera grandes pasiones y muchos se aprovechan de su verborrea para criticarlo, pero entre el perdón y la justicia hay un enorme trecho, que debemos observar. Si no nos parece el perdón, veamos otras alternativas. Lo que es imperdonable es que ni siquiera tengamos la disposición a debatir y discutir en sociedad, la manera en que nos vamos a reconciliar y a perdonar como sociedad.

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