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A las noticias sobre delincuencia organizada desde hace tiempo las relegamos a la sección policial. Quizá porque veníamos de la coexistencia del régimen autoritario y tasas moderadas de violencia criminal. A saber. Lo que es un hecho es que hace diez años comenzamos a experimentar una vertiginosa espiral de crímenes de alto impacto. Y a ese fenómeno aún no le encontramos del todo su sección informativa.
Veamos.
La tormenta no comenzó ahí, pero en el sexenio de Felipe Calderón, los delitos federales incrementaron en 74.7%. En todos los estados, en ese mismo periodo, por lo menos uno de cinco delitos violentos se incrementó. Por ejemplo, en 27 entidades federativas aumentó el promedio mensual de homicidios (Herrera, 2013).
El regreso al PRI no mejoró las circunstancias. Para no hurgar más en la herida, quedémonos sólo con el análisis más reciente de Alejandro Hope, respecto a los datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública y el INEGI sobre homicidios. Hope anticipa que el sexenio de Peña Nieto será, casi con certeza, 9,000 muertes más violento que el de Calderón.
Son los costos de combatir a la delincuencia, nos han repetido por años. Pero tal como lo señala Mariclaire Acosta en La impunidad crónica de México, nos hemos convertido en “un país en guerra consigo mismo.”
Y toda guerra tiene muertos… y financiamiento.
Hace tan solo dos semanas (el 10 de febrero), el banco británico HSBC recibió en Texas una nueva demanda por haber lavado dinero de los cárteles mexicanos. Se trata de una acción civil iniciada por familiares de personas asesinadas en México. Los demandantes son contundentes: estos asesinatos ocurrieron gracias al apoyo financiero que los bancos dan al narcotráfico.
El asunto tiene antecedentes. En 2012, el mismo banco se declaró culpable de permitir que dinero de fuente criminal viajara de México a Estados Unidos. Por esta y otras acusaciones pagó una multa de 1.9 billones de dólares (equivalente al presupuesto total de la UNAM para 2016). Con ello evitó un juicio criminal.
Poco antes, en 2011, el banco Wachovia –parte del gigante Wells Fargo- pagó un decomiso de 112 millones de dólares y una multa de otros 50. Fue parte del reconocimiento de su culpabilidad en el blanqueo de dinero y de permitir que el narcotráfico mexicano usara su estructura. Esos pagos los salvaron de un proceso penal en su contra. O, dicho de otra forma, también compraron su inocencia.
Los enredos legales en Estados Unidos de bancos que operan en México y de banqueros mexicanos son añejos.
Están por cumplirse 20 años de la primera acusación judicial contra la porosidad del sistema financiero al dinero criminal. En un proceso que concluyó en 1999, 26 banqueros y tres bancos se declararon culpables de operaciones fraudulentas y lavado de dinero.
En el más notorio de ellos, por involucrar a la familia Salinas de Gortari, una alta ejecutiva de Citibank declaró haber diseñado esquemas para mover 100 millones de dólares cuyo origen legal jamás se pudo comprobar. Las declaraciones forman parte de una larga investigación de un subcomité del Senado norteamericano, cuyas conclusiones fueron devastadoras: Citibank ayudó a Raúl Salinas de Gortari a esconder dinero ilegal.
Desde entonces, los casos en Estados Unidos no han parado. Son cientos de historias y de personajes. En ellas aparecen empresarios, funcionarios de aduanas, ex gobernadores y un largo etcétera. Son juegos de poder con cifras que marean a cualquiera. Tan solo Wells Fargo fue acusado en 2010 de lavar 380 billones de dólares del narcotráfico. Eso, es más dinero que todo el presupuesto de egresos que tuvo México en el mismo año o casi un tercio del total del Producto Interno Bruto del país, al tipo de cambio de entonces.
Aunque en México los casos ni siquiera se investigan -y menos se castigan- hay un patrón: instituciones declaradas legalmente culpables de servir financieramente a criminales que usan ese mismo dinero para comprar impunidad.
Parafraseando a Saúl Faúndez (personaje de la novela Tinta Roja de Alberto Fruguet) quizá la sección de sociales es la nota roja de los ricos. Es ahí en donde muchos delincuentes de cuello blanco aparecen con foto, nombre y apellido.
 

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