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Por Miguel Pulido
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La conducta de la PGR con el candidato presidencial Ricardo Anaya importa demasiado. No porque esto lo convierta en un frágil perseguido político. Un hombre como él, que mostró su músculo al acudir a la PGR acompañado por los presidentes de 3 partidos políticos nacionales y de uno de los abogados más costosos del país, no queda de súbito en una situación de indefensión.
Importa porque nos dice todo del estado de putrefacción del sistema de justicia. Porque el lance de persecución y acoso (incluidos pésimos modales) contra uno de los hombres más poderosos y mejor conectados del país, evidencia de lo que son capaces.
Y recordar de lo que son capaces (quienes están en este gobierno) siempre importa para pensar otros casos.
Hablar de Anaya es el mejor pretexto para ponernos en los zapatos de los familiares de los chicos de Ayotzinapa que han denunciado los despropósitos que han vivido, primero frente a Tomás Zerón y sus secuaces, y después con quien sea que finja conducir la institución. El asedio a Anaya es la oportunidad insuperable para contener la respiración e imaginar cuántos pobres inocentes están presos porque este sistema los aplastó.
Hablar sin tapujos de los absurdos de la PGR en este caso resulta indispensable para señalar –otra vez- la antigüedad del uso político del sistema de justicia de este país. Los priistas inventaron el uso faccioso de las instituciones. Después, los panistas ensayaron, con la complicidad de los priistas. ¿Cómo olvidar que hace poco el objetivo era Andrés Manuel y una parte del sector empresarial aplaudía como focas? Los mismos que publican desplegados con llamados a la ética, pero que son unos agachones frente al evidente desbaratamiento de las instituciones. Peor, que hasta hacen guiños a la justicia selectiva.
Es obvio, porque esas instituciones violentas a ellos nunca los atacan. Pero hoy no pueden decir que funcionan.
Y de eso va poner el acento en la PGR. Hablar de lo que le hacen a Anaya es relevante, no por él –insisto-. Es central, porque también va de nosotros, de la sociedad. Porque pone en perspectiva el país en el que vivimos. Porque le da la razón –una vez más- a las denuncias de miles de víctimas que han advertido la falta de profesionalismo, la captura por la delincuencia organizada, las presiones, el maltrato, la revictimización que han sufrido.
Hay que hablar de lo que hoy hace la PGR en contra de Ricardo Anaya, porque desde ahí se puede extrapolar el autoritarismo en este país. Hablando del desastre en contra del candidato, no hay manera de renunciar a una discusión fuerte e informada del estado de las investigaciones en los casos de los estudiantes de Ayotzinapa, las masacres de Coahuila y Tamaulipas, las investigaciones de Odebrecht, el caso de OHL, la fuga del Chapo, las atropelladas extradiciones, los escoltas de Yarrington y Eugenio Hernández, y tantos casos más.
Es perfecto reconocer la bestialidad que están cometiendo con Anaya, porque quien lo haga no podrá evitar pegar el grito en el cielo, manifestarse, rabiar por lo que pasa con #GobiernoEspía. Porque si lo de Anaya irrita, seguro causará furia social la investigación abandonada sobre una de las peores conductas en democracia: autoridades invadiendo la privacidad de las personas.
De eso trata denunciar el atropello contra el político del Frente. De asumir de una vez por todas que en este país las instituciones tienen precio, tienen dueño y que son usadas, incluso, para pleitos entre poderosos. Por eso, así como están, no pueden servir a la sociedad y son inútiles para impartir justicia.
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