Por Miguel Pulido
Señor Presidente,
Desde hace un buen tiempo Usted ha dejado clara su posición respecto a la corrupción. Nadie puede llamarse a sorpresa. Nos ha hecho saber que creció, se desenvolvió y actualmente dirige un ambiente rodeado de corrupción.
No se puede entender de otra forma que cuando se refiera a ella lo haga justificándola como un asunto cultural o aceptándola después como algo propio a la naturaleza humana. No se me ocurre otra razón por la que Usted vea con tanta tranquilidad corrupción en todas partes y en todas las personas.
No recuerdo una declaración suya medianamente pertinente sobre el asunto. Sus dichos han sido lamentables. Pero los de ayer rebasan los extremos de lo admisible.
Usted dijo –en plena inauguración de la Semana Nacional de la Transparencia- que la corrupción está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos, que nadie puede arrojar la primera piedra y que todos hemos sido parte de un modelo.
Con la ligereza y falta de reflexión que lo caracterizan no sólo nos llamó a todos corruptos, además equiparó todas las conductas indebidas como si fueran una misma.
En México, la corrupción política es propiamente un régimen de opresión.
Tiene Usted razón al decir que existe un modelo. Lo que no significa que todos hemos participado, que somos cómplices y mucho menos responsables del mismo. Bajo su lógica, el torturado también es parte de la tortura. Eso es inaceptable.
No soy ni puritano ni inocente. Pero las diferencias importan. Usted nos quiere hacer creer que es idénticamente reprochable robarse el presupuesto para medicamentos que el pago que la madre de un enfermo da para obtener las medicinas que, por culpa de ese robo, resultan escasas.
¡Revise sus fundamentos éticos!
A diferencia suya, yo tengo el gusto de conocer a muchísimas personas que están fuera de su generalización. Tengo amigos, familiares, colegas, vecinos y conocidos que podrían lanzarle la primera piedra.
En lo personal, no acepto que me equipare a Usted y a los suyos. Para ello tengo muchísimas razones, pero enlisto aquí sólo una pequeña muestra:
Yo no soy fugitivo de las autoridades de Estados Unidos, como sí lo son Tomás Yarrington y Eugenio Hernández, ex gobernadores de su partido político.
Yo no estoy preso en los Estados Unidos, cumpliendo condena por delincuencia organizada, como sí lo está Mario Villanueva, ex gobernador de su partido político.
Yo no me declaré culpable ante las autoridades de Estados Unidos por lavado de dinero y desfalcos del presupuesto, como sí lo hizo Jorge Juan Torres, ex gobernador de su partido político.
Yo no acepté en juicio que las propiedades adquiridas en Texas son resultado de corrupción, como sí lo han hecho al menos otras seis personas que ocuparon cargos de secretarios en gobiernos estatales, también de su partido político.
Sí, elegí casos firmes y con sentencia en el extranjero, por las obvias razones de impunidad del modelo del que Usted habla. Pero sigamos.
Yo no desfalqué las arcas de mi estado, comprometí la salud de las finanzas públicas y realicé negocios indecibles al amparo de mi puesto como sí lo hicieron: Andrés Granier (hoy preso), Rubén y Humberto Moreira, Rodrigo Medina, Javier Duarte, Beto Borge y César Duarte. Todos, gobernadores de su partido.
Yo no he abusado con fundaciones que se quedan el presupuesto para educación, ni me he enriquecido con contratos amañados, no he sobornado jueces, tampoco he triangulado recursos en paraísos fiscales o recibido privilegios de la autoridad tributaria.
Para que quede claro, yo no recibí indebidamente una millonaria mansión por parte de un contratista del gobierno.
A confesión de parte, relevo de prueba. Así que gracias por aclararnos su participación y pertenencia a un modelo corrupto. Pero a mí, no me incluya.