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Por Miguel Pulido

Lo de Humberto Moreira no es cualquier cosa. Su periplo lo trasciende. De hecho, cada una de sus distintas etapas explican (y se explican por) la descomposición política del país y el lamentable estado que guardan desde hace mucho las instituciones.
El pasado 26 de abril, Moreira sumó otro folklorismo a su muy particular carrera. Y con ello evidenció la crisis de buena parte de la política partidista. La Comisión Nacional de Justicia del PRI, partido del que fue presidente nacional, decidió hacer oficial su expulsión. No causó su baja del padrón el torbellino de graves señalamientos que pesan sobre él ni las pillerías de las que se le acusa.
Decenas de pueblos abandonados, cientos de fosas clandestinas, miles de muertos y millones robados del presupuesto, todo durante su gestión, parecen no ser tanto. Perdió su calidad de militante priista por haber aceptado una postulación por otro partido. Eso sí resultó inaceptable.
Ya en diciembre de 2011, Moreira y el PRI, se habían exhibido recíprocamente. Recordemos que se vio obligado a renunciar a la presidencia nacional del partido envuelto en escándalos por la contratación -abultada e ilegal- de deuda pública. Fueron revelaciones pioneras. Un anunció de la avalancha de evidencia que se vendría -con toda contundencia- para demostrar que el problema principal de las finanzas públicas en todo el país es: el endeudamiento irresponsable.
Por cierto ¿sabe usted de cuánto es la deuda pública de su estado? ¿Son viables las finanzas de su municipio? ¿Sabe cómo lleva la deuda pública el gobierno de Peña Nieto?
Volviendo a Moreira, el abuso presupuestario en Coahuila no fue innovación suya y tampoco es algo que sucedió en el vacío. Para no ir más lejos, en 2004 ya había graves antecedentes de desvíos en cuentas públicas municipales, cometidas por panistas y priistas coahuilenses por igual. Moreira estuvo involucrado en su calidad de alcalde de Saltillo (puesto que tuvo entre 2002 y 2005).
En un auténtico despropósito, el Congreso de Coahuila aprobó las cuentas públicas municipales sin revisarlas. Un antecedente que quedó en el olvido. Pero también un botón de muestra del precario trabajo técnico, la captura política de los Órganos Superiores de Fiscalización y la complicidad de quienes en el Poder Legislativo tendrían que supervisar el gasto público. Moreira conocía desde entonces (y como pocos) las avenidas de impunidad que genera la falta de fiscalización y contrapesos. A partir de ahí, perfeccionó una gestión financiera que lleva por nombre desastre y por apellido 34,000 millones de pesos.
A propósito ¿sabe usted cómo revisó el Congreso de Veracruz las cuentas de Duarte? ¿Cree usted que sus diputados vigilan y controlan a su gobernador? ¿Ha sancionado a alguien con alto cargo la contraloría de su estado?
A estas alturas la gente ha repetido más que Moreira retrata el pacto de impunidad que hay en México, que las veces que ha cantado el himno nacional. El problema no es sólo que la corrupción está de fiesta, sino que las instituciones son invitadas del convite. Moreira –como pocos- colecciona denuncias penales y exoneraciones.
Los recordatorios que Moreira no es intocable y que la impunidad es finita, han tenido que venir de fuera. Primero el verano de 2014. Fue cerquita de su natal Coahuila, pero del otro lado de la frontera, donde le arrimaron candela judicial de forma seria. Un conjunto de acusaciones en Texas, pusieron a temblar al exgobernador y a parte de su familia política. Los casos llevaron a excolaboradores suyos a prisión, de ahí surgieron testigos que lo implicaron en narcotráfico y fue descubierta una red de lavado de dinero. A partir de entonces comenzó un proceso de masivos decomisos que alcanzó cientos de millones de dólares.
Por cierto, ¿y la unidad de inteligencia financiera en México? ¿Dónde quedó la capacidad de recuperación de activos? ¿Sabe usted cuánto recupera al año la Secretaría de Función Pública de lo robado? ¿Cuánto de todo lo que identifica la auditoría como desvíos regresa a las arcas del gobierno?
En enero de 2016, Moreira volvió a las primeras planas de los medios. Ahora acusado en España por los delitos de: lavado de capitales, malversación de caudales públicos, cohecho y organización criminal. Libró una primera escaramuza contra la Fiscalía Especializada en Anticorrupción y Criminalidad Organizada de aquel país, pero dejó tras de sí una estela de cuestionamientos. Una nota del New York Times sobre su arresto sintetiza mucho: “España acusa de corrupción a un exgobernador de México con evidencias que su país no halló”
Aprovechando, ¿recuerda usted la cantidad de exgobernadores mexicanos con procesos en el extranjero? ¿Sabe cuántos miembros de gabinetes estatales se han confesado culpables en Estados Unidos?
Y tooooodo esto es apenas una pequeña probadita de la trayectoria de Humberto Moreira. Pero sirve para entender el desastre país.

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