Las razones siguen sin madurar. Escurridizas. En su lugar, lo que hay son dudas, incertidumbres, suposiciones, versiones.
De certeza, nada.
¿Algo sería diferente? No lo sé. Ni eso sabemos.
El calendario dice un año. Pero eso es apenas un decir. Y no por dicho tiene sentido. El tiempo ya no es lo que era.
Ahí están las larguísimas noches que arremeten contra tu madre y se indisciplinan a cualquier medida. Para ella hace toda una vida que no estás. Y decir vida no es una unidad de tiempo sino de dolor. Y ella necesitará de otra para llorarte. Porque ésta ya no le sirve ni para eso.
Tu madre. Sí. Que ahora parpadea con pesadez. Muy lento. Como si al poner la vista en negro muriera un poquito. Y en cada poquito estuviera contigo. Es eso. Muere de a cachitos para estar junto a ti, y sólo así puede seguir, sin dejar a los que tiene que acompañar aquí.
Y así es desde que aprendió a andar el dolor. A recibir las palabras ajenas que acuchillan la fe.
¿Cómo llegamos aquí? No lo sé. Ni eso sabemos.
Pero estamos un año después sin ti. Con tu esposa que aprendió a recibir la furia de los significados sin desfallecer. Tus hermanos que a fuerza de silencios te mencionan con rabia al arrugar los ojos o apretar la quijada. Y todos que tragan un pedazo de alma al pasar saliva mientras piensan en ti.
Y en este andar todos aprendimos a tenerle más miedo a la realidad. A dejar de consentirla con mentiras.
¡Mocos! ¿Ahí está? No lo sé. Ni eso sabemos.
Pero sí supimos que el temor arrincona. Que el Ministerio Público puede ser salvaje con un gesto. Que el pasillo de un hospital es tan largo como las conversaciones pendientes. Que a las secciones policíacas hay que verlas de reojo, con mucho valor y demasiado respeto. Que el poder a veces es flácido y otras no es poder. Y que con la tragedia resoplando la nuca, uno muere por una mala noticia.
Pero no estás. Punto. Y como tú, miles.