Por Valeria España
Día I
Se acerca el día de la fiesta de Independencia. Francamente no sé qué es lo que hay que festejar. Menos convocada me siento cuando escucho alusiones a una patria esencializada. El lugar común es representarla como mujer: la madre abnegada que sostiene una nación que se derrumba. Pienso en Velarde y propongo un nuevo párrafo a su célebre y melosa poesía:
Suave patria, en setiembre te visten de gala, aunque tus poros estén cerrados después de tantos siglos de injusticia, de tanto desasosiego.
Tus miembros están necrosados, moribunda, maltrecha, te arrastran por los suelos.
Día II
Otro año más que no fui invitada al banquete.
Cierro los ojos y recorro esa tierra hermosa. El cuerno de la abundancia le dicen. Yo veo desiertos y minas que explotan con gente adentro. Mientras den mineral poco importa. Desbordando el territorio, los niños inflados por la pobreza, por la falta de agua, por aquella bebida efervescente, negra, narcotizante.
El parlamento parece un desfile entre dantesco y jurásico. Dicen que los narcos hacen política y viceversa.
Mientras tanto la cultura de los “mireyes” y “mireinas” son otro tipo de herida abierta, no merecen ni el aire que respiran y lo tienen todo, son el baluarte de la inteligencia perdida, de esa superioridad que humilla.
Su juventud es la promesa de la continuidad de lo peor de nosotros mismos.
Día III
En el informativo veo que el presidente grita. Con aire de dictador agita una campana. No sé dónde quedaron tantos héroes que dieron su vida por patria y libertad, sólo quedan sus referencias, sus calles, los días festivos, las salas magistrales, los soberbios bustos, pero ahora están quietos, no se mueven aunque ese país se desmorone. Soy de la generación que no ha conocido ningún héroe, un movimiento, una fuerza cósmica que nos libere de tanta mentira, me pregunto cuál fue la última.
Después de los fuegos artificiales y el ardid patriotero, todo acaba.
Los castillos, las haciendas son quizá de los mismos criollos de siempre, esos que recorren las plazas empedradas en autos de lujo, que beben el tequila sin tocar el maguey, que comen sus tacos y su chile en nogada y manchan el mantel pero no lo lavan.
Día IV
Miro la violencia machista, territorial, insaciable. Me explota el pecho. ¿Cómo podemos festejar ante tanta sangre derramada? El sistema come mujeres no sólo en los descampados de Cd. Juárez. Viejo poeta, si la patria es mujer como dices, ahí tienes tus miles de patrias, secuestradas, degolladas, macheteadas, violadas.
La cultura del olor a muerte en todas partes naturaliza los cuerpos masacrados, los pedazos de humanidad que llenan los tambos. Las cabezas cuelgan de puentes peatonales. No hay que preocuparse porque eso sólo le pasa a la gente pobre dicen unos cuantos, son los daños colaterales de la guerra sin cuartel ¿Cuánto tiempo hay que esperar la irrupción de los ejércitos de herederos del odio sin freno?
Al mismo tiempo, en el sur, en el norte, casi en la frontera, hombres y mujeres que huyen de sus miserias para alcanzar el sueño que se vuelve pesadilla, son los migrantes vomitados en fosas comunes, sin nombre, sin rostro.
Exprimidos hasta perder el aliento están los fantasmas que recorren las ciudades de madrugada, que no importa cuántas vidas (cuantas muertes) arriesguen, no lograrán salir del lugar en el que la baba del destino los estampó.
Día V
Miro un lienzo vacío y pienso que si tuviera que pintar México hoy se asemejaría a aquel cuadro de Goya de las “pinturas negras”. El padre comiendo a su hijo. Le cambiaría algunas cosas. Sería Saturno devorando a millones.
La impunidad como parte aguas de nuestro destino es un bumerán hacia el fracaso.
No hay campos de flores que alcancen para nuestros muertos. Nuestras ofrendas son una maqueta cruel.
La mexicanidad en las fauces de ese animal hambriento que lo quiere todo pero que se avergüenza de sí mismo. Los cuerpos triturados, la animalidad descubierta.
Las coronas de espinas que habitan en nuestra herencia colonial, son al mismo tiempo los eslabones que nos unen y separan de nosotros mismos. Nos despreciamos por el color de piel, por lo que tenemos, por lo que nunca podremos tener. No amamos la diferencia ni la similitud. Todo es dolor.
Día VI
Mis pies no pisan esas espinas, el sol no parte mi piel. Pero siento los cortes. Ese sufrimiento es mío también. Los pensamientos naufragan en mis océanos.
¿También ese derecho me quieren arrancar?
Sé que tengo que curar mis heridas, quizá son las raíces que arranqué.
Hoy me siento parte de otra tierra pero mis pies siguen sangrando. Es el dolor de mi exilio, del pasado que clama justicia como hoja perdida, cuya caída no parece tener fin.
Día VII
México: Te pido que me mires a los ojos, que pronuncies mi nombre. Que pongas fin a tanto, tanto sufrimiento inútil. Quiero que vivas, que recuperes tu dignidad perdida. Quiero que me abraces fuerte ahora que te digo adiós.