Por Patricia de Obeso
Habíamos normalizado la impunidad hasta que el terremoto nos la recordó.
Hoy, el viaje en microbús me dio más coraje que lo normal. El conductor se pasó dos altos, iba a 200 kilómetros por hora (o por lo menos así se sentía) y frenaba cada 3 metros, todos nos agarrábamos de donde podíamos. El transporte público en México es una de las bombas de tiempo que explota varias veces durante el año dejando decenas de muertos.
Hace escasos días, la Ciudad de México se estremeció. Durante segundos, miles sentimos que el techo se caía y la tierra se abría. Pasamos del miedo a la angustia de saber si los nuestros estaban vivos y, de ahí, algunos pasaron a escarbarlos con sus propias manos de entre los escombros. No debió haber sido así.
Por naturaleza, el centro y el sureste de México tiemblan. La gran mayoría del país es susceptible a lluvias intensas y huracanes. No hay manera de cambiar esa realidad, pero lo que sí podemos cambiar es el plan de acción que evite que las consecuencias sean como las que hoy lloramos.
A dónde sea que volteemos hay impunidad y miles de bombas de tiempo. El permiso de construcción que no debió ser, el piso extra que estaba fuera del reglamento, las infraestructuras hechas con materiales chafas, las viviendas sociales mal diseñadas, los seguros truculentos, el pobre plan de contingencia y los miles de millones de pesos que desaparecen del presupuesto para desastres naturales.
La solidaridad y el afecto que hemos visto en estos días es conmovedor. Los ciudadanos se organizaron como nunca. Me atrevo a decir que nadie se quedó sentado. Algunos lo dieron todo. Tristemente, hoy todos y cada uno de los problemas de fondo de este país siguen ahí.
Solidaridad es emplear todos nuestros recursos y fuerzas en que los estragos del próximo temblor o del próximo huracán sean muy diferentes a los que vemos hoy.
Solidaridad también es informarse y elegir esa información a conciencia, leer el texto largo que da flojera, conocer por nombre y apellido a nuestros gobernantes y exigirles día y noche que los presupuestos sean coherentes y se ejerzan debidamente, gritar a todo pulmón cuando vemos pueblos enteros sumidos en la pobreza que ante estos fenómenos simplemente desaparecen. Es reconocer y denunciar la impunidad, y hacerle entender a la clase política que la impunidad nos ha costado mucho, nos ha costado incluso vidas.
Ahora más que nunca es necesario tener los ojos bien abiertos y procesar lo que hemos vivido. No podemos ignorar el hecho de que muchas víctimas de los huracanes Ingrid y Manuel, que tuvieron lugar en 2013, aún no encuentran la salida, que las miles de familias afectadas por los sismos del siete y 19 de septiembre tardarán años en sanar y que, si hoy vuelve a temblar, seguimos sin plan de acción.
***
NO podemos tener una estrategia de prevención SIN saber cuánto daño causan realmente los desastres. Y no podemos saber cuánto cuestan, si el gobierno NO cuenta adecuadamente TODA la ayuda que da la sociedad. ¿Y si los que donamos exigimos que de una vez por todas las decisiones sean para salvar vidas y disminuir daños?
Regálanos 5 minutos para lograrlo (da click aquí). Nos lo merecemos.