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Por Ixchel Cisneros

“Ya sabes, son medio tontitas, uno casi tiene que llevarlas de la mano para que hagan su trabajo”, así se refirió una amiga muy querida a la trabajadora del hogar que está con ella desde hace muchos años.
A mí, casi se me salen los ojos del coraje. Yo no sé si no nos damos cuenta que con estos comentarios discriminamos, o más bien no queremos darnos cuenta.
Nos decimos “progres” y defendemos los derechos de los migrantes mexicanos ante Trump, pero en casa llamamos chachas, sirvientas e indias a quienes nos ayudan con las labores del hogar. Y en muchos casos no las bajamos de ignorantes y flojas.
Esas señoras —y hablo en femenino porque 9 de cada 10 de las trabajadores del hogar son mujeres— a muchos de nosotros nos educaron, nos alimentaron y nos quisieron como hijos e hijas. A cambio, nosotros, las “dejamos” sentarnos a nuestra mesa —como si no tuvieran derecho— y “hasta de viaje nos las llevamos”. Pero de derechos laborales, de eso sí, no hablamos.
Nos guste o no, lo que ellas realizan por nosotros es un trabajo, y lo curioso es que a diferencia de cualquier otro trabajador o trabajadora, estas mujeres no reciben los mismos derechos. O sea, casi nunca firman contrato, casi nadie les da seguridad social, prestaciones, vacaciones, días de asueto, naaadaaaa. Y, además, las discriminan.
Pues sí: levantarse a hacer desayuno para toda la familia, bañar chamacos, barrer, trapear, tender camas, sacudir, planchar, lavar ropa, limpiar baños, hacer tareas, llevar niños a la escuela y más es un trabajo y, por ello, tendrían que tener los mismos derechos que cualquier otro.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el trabajo doméstico pagado representa el 4% de la fuerza laboral a nivel mundial, el 6% en América Latina y en México el 10%, es decir, 10% de las mujeres que trabajan en México lo hacen en este rubro y en su mayoría no tienen derechos laborales.

Pero hay un camino, en principio, como empleadores o empleadoras: no discriminarlas, tratarlas como personas que son (se escucha burdo y básico pero en un país discriminador como el nuestro no está demás decirlo) y después respetar sus derechos laborales, firmar un contrato con ellas, inscribirlas en el seguro social —no es tanto trámite como usted pudiera pensar—, darles vacaciones, respetar las jornadas laborales, días de asueto, etcétera.
Y segundo, presionar al gobierno mexicano para que ratifique el Convenio 189 de la OIT para que existan en México unas normas que contribuyan a mejorar las condiciones laborales y de vida de las trabajadoras domésticas.
Así que, la próxima vez en la que pase por su cabecita llamar chacha, sirvienta, india, doméstica o más a la señora que trabaja en su casa, piense en qué lindo sería que su jefe o jefa le llamara burro, ignorante, imbécil o flojo en su trabajo.
*El artículo fue publicado originalmente en Huffington Post México. En este sitio se reproduce el artículo con autorización de la autora.
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